EL NUEVO PERIODISMO, EL PERIODISMO MUERTO Y UN BOLIGRAFO ENTRE LOS PECHOS

Estos días en Valencia se está celebrando el primer congreso sobre nuevo periodismo. No, no se refiere al feliz invento de Truman Capote y del mejor Tom Wolfe, el de los viejos y añorados viejos tiempos. De lo que se trata en Valencia es de discutir sobre las nuevas herramientas (como ésta misma), las nuevas plataformas y los nuevos actores que irrumpen en esas flamantes y digitales formas de comunicación.

No cabe duda de que toda esa savia nueva es necesaria. Porque en este país los periodistas y el periodismo están/estamos muertos.

Si echamos un vistazo a los medios convencionales, esos mismos que gimen de terror ante la redundante y cansina amenaza de su pronta desaparición fagocitados por los terribles nuevos monstruos electrónicos, ¿que es lo que están aportando para hacerlos interesantes desde el punto de vista informativo, en que están investigando, aparte de las extraordinarias virtudes del ácido bórico como coadyuvante de conspiraciones paranoicas?

El caso más extremo y patente de esta modalidad de periodismo zombi que se alimenta de declaraciones prefabricadas, notas de prensa y noticias precocinadas sin contrastar es el periodismo político. La última aportación de la mal llamada clase política a este subgénero periodístico es la de convocar ruedas de prensa en las que no se admiten preguntas. ¿Y que hacen los periodistas procendentes de los cementerios haitianos? Achantar la mui, como se dice en castizo, humillar la testuz, irse...y no hubo nada.

El paradigma máximo y absurdo de esta malsana relación entre políticos y periodistas queda reflejado en el video de la Noche Hache de Cuatro en el que el antaño presidente del gobierno y promotor de una guerra ilegal y hogaño conferenciante transoceánico y feliz propietario de un ático ilegal en Marbella, introduce un boligrafo entre los pechos de una periodista en lugar de contestarle a una pregunta incómoda.



Asombrosamente, la periodista, a pesar de ejercer ese periodismo pizpireto de lanzar preguntas pretendidamente irónicas y osadas al político o celebridad que pasa por allí, no le cruza la cara.

Pero no todo está perdido en este desolador panorama.

A propósito de las próximas elecciones en Cataluña, ha comenzado a cuestionarse el hecho, sin parangón en ninguna democracia occidental, de que durante la campaña electoral sean los partidos políticos los que marquen su tiempo y orden de aparición en los medios de comunicación públicos atendiendo a criterios de representatividad en las instituciones y no de interés informativo. Estas cuotas políticas, verdadero residuo del postfranquismo, no tienen base legal alguna. Pero este detalle sin importancia no impide en absoluto que se apliquen. Son los terribles bloques electorales, imposición extraperiodística contra la que los periodistas de algunos medios de comunicación públicos de Cataluña llevan años luchando.

Para seguir reflexionando sobre prensa y política, recomiendo estos tres artículos:

“No es la llengua”, de Pilar Antillach en el Avui.

“Simulacro de debates”, de Soledad Gallego-Díaz en “El País” (de pago).

“Mucha televisión y poca ciberdemocracia”, de Juan Varela en Periodistas21.

Y una última recomendación: el mejor programa político que se hace en España actualmente es el “Polònia” de TV-3. No es coña.

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